Por Romualdo Brughetti, El Diario. La Paz, domingo 10 de mayo de 1959

América tiene, en el arte, una profunda raíz. Nos lo dicen las formas de la plástica precolombina, lo confirma el rico acervo artístico colonial y lo prueban, con expresiones contemporáneas, los artistas actuales de nuestro continente.

Acabo de recorrer el Altiplano visitando especialmente Bolivia y Perú, y he vivido durante una temporada el fervoroso contacto con obras milenarias, de los siglos XVII y XVIII y de los días que vivimos. He avanzado  paso a paso, en compañía de los esposos Ponce Sanjinés a cargo de las excavaciones más recientes de los yacimientos arqueológicos de Tiahuanaco, por la explanada que aún evoca un antiguo esplendor en las cercanías del lago Titicaca; he admirado los monolitos Bennett, Ponce, el Fraile, la Puerta del Sol, memorable, las colecciones reunidas por Posnasky, Buck, Diez de Medina, en La Paz. En el Cuzco se mantienen erguidas murallas que permiten apreciar la solidez de la construcción incaica, las edificaciones de Macchu Picchu, Ollantaytambo, Sacsayhuamán Tampu Machay, muros de palacio (hoy fundamentos de la Iglesias, como en Santo Domingo), y colecciones de cerámica bellísimas; v. gr.: la que reúne 1.160 fragmentos de vasos distintos en sus motivos geométricos, simbólicos y ornamentales del Dr. Genaro Fernández Baca, casi desconocida y de un gran valor didáctico. Las tallas, los óleos y las mil formas de arte colonial se conserva en Lima, Cuzco, Potosí y Sucre, y hoy están atendidas por técnicos y entendidos que preservan de la destrucción y en parte del  olvido también esos inolvidables trabajos de artesanos y artistas indios y mestizos.

Hubo un tiempo durante el siglo XIX y aun en los años XX, que poco o nada significaban las ruinas prehispanicas y las obras del periodo colonial. En lo que atañe a la pintura, por ejemplo, en la que se dispone de piezas excelentes que señalan la influencia europea (de España, Italia, Flandes) y a un tiempo los rasgos diferenciales que separan finamente la visión del artista limeño, cusquense,  chuquisaqueño, potosino o paceño, yacían en malas condiciones en templos, palacios, casas familiares, y sus marcos suntuosos, tallados, dorados o de plata, se les consideraba más valiosos que las telas, y estas sufrían los ataques implacables del tiempo y de sus poseedores desprevenidos.

Pero hoy en Cuzco existe una comisión encargada de la reconstrucción de la ciudad que sufrió un devastador terremoto en 1950, especialmente de sus hermosos templos, a cargo del arquitecto Guevara, y existe un cuerpo de jóvenes   restauradores que velan por la conservación y salud de los cuadros. Con ellos y por ellos, he podido admirar las telas de Diego Quispe Tito, que se guardan en la Iglesia de San Sebastián, a cinco kilómetros de Cuzco, y otras, atendidas con cuidado, de la Escuela Cuzqueña, con sus otros característicos, un primitivismo ingenuo que sí hace pensar en los bizantinos, a la vez por diferentes notorias se comprueban que la Virgen tiene las caracteres físicos de la Pacha Mama y aún en la indumentaria se asemeja en no pocas ocasiones a las cholas, idealizadas por el creador anónimo y por conducto de la Madre de Jesús. En Potosí, con el cuidado permanente y sabio de D. Armando Alba, ha renacido plenamente el palacio de la Casa de la Moneda, con un museo de pintura bien seleccionadas, y lo mismo ocurre en Sucre, la cuna de la libertad boliviana, donde el Museo Charcas está atendido con celo y conocimiento por el Dr. Manuel Jiménez Carrazana. 

Satisface al estudioso y gustador del arte, observar que opera una verdadera revalorización a través de algunos entendidos de la obra patrimonial del arte sudamericano. Claro, aún mucho resta por hacer. Acerca del arte colonial peruano, se han publicado monografías y ensayos; el más reciente lo firma el crítico Felipe Cossío del Pomar. Pero, a mi juicio, habrá que intensificar esos estudios a fondo. Se desconocen nombres sepultados en la indiferencia, no se han clasificado los infinitos cuadros que están diseminados por el altiplano, no se han concretado análisis pormenorizados de forma y contenido; en fin se abre la posibilidad de que conozcamos mejor nuestro origen americano si nos adentramos en la obra de los prehispánicos y coloniales y comprendemos el fenómeno religiosos metafísico que en unos y otros alentaba las mayores creaciones en la piedra, madera, muro, tela o joya. Si nos detenemos en el arte de Tiahuanaco, pensamos que el Museo Nacional debe ordenar su colección con más espíritu didáctico y de acuerdo a jerarquía plástica y estéticas. Ojalá que Bolivia pudiera devolver su antiguo brillo a Tiahunacu, incluyendo piezas memorables en asperón rojo y andesita llevadas por Posnansky a la plazoleta del Hombre Americano, en La Paz. Reconstruir Tiahuanaco es, creo, el sueño de Carlos Ponce Sanjinez y sus responsables colaboradores y una prueba lo constituyen los trabajos realizados en el Kalasasaya y el museo que se ordena. Con las colecciones Buck, Diez de Medina y otras reunidas, y devueltos los monumentos a su sitio originario, se podrá apreciar unitariamente la magnitud de la civilización tihuanacota y efectuar, por ese conducto, las investigaciones que su formas nos brindan.

He visto también que Bolivia y Perú no solo atienden a su pasado, sino que no descuidan el presente. He contratado en Bolivia, artistas capaces en la escultura, de Marina Nuñez del Prado, hoy en los Estado Unidos y próxima a presentar su obra valiosísima, a Emiliano Lujan, y en la pintura en especial el nombre de un artista de 26 años Enrique Arnal, en quien veo surgir la expresión del Altiplano, pintor que conceptúo tiene un destino continental. Por su parte, Solón Romero depura sus medios expresivos en pasajes de sus frescos de Sucre y La Paz, que datan de 1957 y 1958. La Paz siente la necesidad de dar validez a su Pinacoteca Nacional y el joven pintor Mariaca, formado en España, está a su cargo. La señora de Ponce Sanjinés cuida el precioso folklore del país altiplánico y no menos Maks Portugal, como experto director del Museo Murillo casa del célebre patriota, cuidadosamente restaurada y  sede de colecciones que el visitante puede observar en un ambiente propicio.

He experimentado igualmente la alegría de comprobar que el arte argentino moderno, tanto en Bolivia como en el Perú, es muy apreciable en sus valores, y fue celebrada recientemente una exposición de pintura contemporánea llevada por el embajador Muñiz a la capital boliviana, y suscitaron interés mis conferencias en La Paz, Cuzco y Potosí. Se siente la raíz americana y las influencias del arte de nuestros días, y por esos caminos confío en el desarrollo del nuevo arte en personalidades promisorias. Personalmente, me he sentido muy honrado al comunicarme con el Secretario de la universidad potosina que, me planteo acerca del arte nacional y del arte universal, será editado para su difusión entre los estudiantes de bellas artes del vecino país.

Por lo que se ve,  las rutas del arte americano se adensan y aclaran; y el modo de exaltar toda cultura artística legítima es válido cuando no se desdeñan fundamentos  básicos que parten del contorno regional y se elevan a la universalidad creadora.